¿Burbuja o Recuperacion? Riesgo de Recesion en EE.UU. y Perspectivas del S&P 500
El riesgo de recesión en Estados Unidos vuelve a acaparar la atención de los mercados. Mientras los principales índices bursátiles siguen en zona de máximos históricos, con el S\&P 500 coqueteando con la barrera de los 5.600 puntos, algunos analistas empiezan a advertir que el optimismo actual podría estar descontando un escenario excesivamente benigno. Uno de los más contundentes es Martin Berezin, estratega jefe de BCA Research, quien en su última nota mensual plantea un escenario base que contempla una caída del 25 % en la renta variable estadounidense y una entrada en recesión durante el primer semestre de 2026. Según Berezin, el mercado ha subestimado tanto el impacto retardado de las subidas de tipos como los efectos contractivos del ajuste fiscal y comercial que está en marcha.
Esta visión contrasta con el consenso de Wall Street, que prevé una desaceleración suave y controlada, con un aterrizaje económico que permitiría a la Reserva Federal comenzar a bajar tipos a partir de septiembre sin comprometer el crecimiento. Sin embargo, los últimos datos del consumo privado, la inversión empresarial y el mercado inmobiliario muestran señales de agotamiento: las ventas minoristas se han estancado en términos reales, las solicitudes de hipotecas han vuelto a niveles de 2020 y el gasto en bienes de capital se desacelera mes a mes.
Berezin señala tres focos de vulnerabilidad estructural. Primero, el elevado nivel de endeudamiento corporativo y público, que limita la capacidad de reacción ante un choque. Segundo, la pérdida de dinamismo en la productividad, que reduce el margen de expansión sin presiones inflacionarias. Y tercero, la incertidumbre regulatoria y fiscal en un año electoral marcado por propuestas de reversión de recortes fiscales, aumento de aranceles y posible congelación de gasto federal. Estos factores, combinados con una inflación que, si bien ha bajado, se mantiene por encima del objetivo del 2 %, podrían dejar a la Fed en una posición incómoda: incapaz de estimular con fuerza sin reavivar presiones sobre los precios.
El mercado laboral, por ahora, sigue sólido, pero con señales mixtas. Aunque la tasa de desempleo se mantiene por debajo del 4 %, las horas trabajadas han disminuido ligeramente y la creación de empleo en el sector privado se concentra en ocupaciones de baja productividad. Al mismo tiempo, el salario medio por hora se desacelera, lo que podría afectar el consumo en la segunda mitad del año. En este contexto, algunos indicadores adelantados —como el índice de sorpresas económicas de Citi, que ha entrado en territorio negativo— sugieren que los datos macroeconómicos podrían empezar a decepcionar.
El componente más frágil, sin embargo, es el sentimiento inversor. El rally en torno a la inteligencia artificial y las tecnológicas ha elevado las valoraciones a niveles extremos, con el Nasdaq cotizando a más de 30 veces beneficios y varios de los llamados "Magnificent Seven" superando ratios de precio/ventas históricamente insostenibles. Si la narrativa de crecimiento empieza a erosionarse, la corrección podría ser rápida y violenta.
Berezin estima que una caída del 25 % en el S\&P 500 no solo es plausible sino estadísticamente coherente con los ciclos de recesión moderada de los últimos 40 años. Incluso si no se materializa una contracción formal del PIB, una desaceleración sincronizada con tensiones fiscales, menor inversión empresarial y una política monetaria menos expansiva podría provocar una revaluación brusca de los activos. La historia reciente ofrece ejemplos: en 2000 y 2018, episodios de sobrevaloración tecnológica y endurecimiento monetario culminaron en caídas de entre el 20 % y el 35 %, incluso sin recesiones profundas.
No todos comparten ese pesimismo. Desde JP Morgan y Morgan Stanley, se argumenta que la robustez del consumo, la capacidad de adaptación del sector empresarial y la solidez del sector tecnológico seguirán sosteniendo el ciclo expansivo al menos hasta mediados de 2026. Pero incluso estos bancos reconocen que el margen de maniobra se ha estrechado y que cualquier sorpresa negativa —en inflación, empleo o comercio internacional— podría actuar como catalizador de una corrección.
Para los inversores globales, el dilema es claro: ¿seguir apostando por el motor estadounidense pese a los riesgos macro, o comenzar a rotar hacia mercados con valoraciones más contenidas y menor exposición a las decisiones de la Reserva Federal? La historia sugiere que ignorar las advertencias de los ciclos puede salir caro. Si el escenario de Berezin se confirma, el ajuste no solo será financiero: marcará el fin de una era de complacencia monetaria y exigirá una nueva arquitectura de riesgo en las carteras globales.
Crecimiento LATAM en 2025: Riesgos y Perspectivas del FMI
América Latina se encamina hacia un 2025 de crecimiento moderado, con mejoras parciales en la estabilidad macroeconómica pero aún enfrentando desafíos estructurales significativos. El último informe de Perspectivas Económicas del Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta una expansión regional del 2,2 %, una tasa que supera ligeramente el promedio de los últimos cinco años, pero que sigue estando por debajo de lo necesario para impulsar mejoras sociales sostenidas en una región marcada por la desigualdad, la informalidad y la baja productividad.
Los factores que sustentan esta modesta recuperación son múltiples. En primer lugar, la inflación —que alcanzó picos del 10 % en varias economías tras la pandemia y la crisis energética— ha mostrado signos consistentes de desaceleración. Países como Brasil, Chile y Perú han logrado controlar las presiones inflacionarias gracias a políticas monetarias firmes que ahora comienzan a flexibilizarse. Esto ha permitido a los bancos centrales iniciar ciclos de baja de tasas que favorecen el crédito y el consumo. La estabilidad cambiaria también ha ayudado, con monedas que en general se han fortalecido o estabilizado frente al dólar, tras años de depreciación.
Además, la mejora de los términos de intercambio en algunos sectores clave —como el litio, el cobre y ciertos productos agrícolas— ha reforzado las cuentas externas de varios países, especialmente en el Cono Sur. Al mismo tiempo, la inversión extranjera directa ha empezado a reactivarse en sectores específicos como infraestructura, energías renovables y servicios digitales, especialmente en Brasil, México y Colombia.
Sin embargo, el FMI advierte que este escenario positivo es frágil. Por un lado, el crecimiento proyectado es claramente insuficiente para cerrar brechas sociales: se estima que la región necesitaría crecer a tasas superiores al 4 % sostenidas durante al menos una década para reducir significativamente la pobreza estructural y el desempleo informal. Por otro lado, el entorno internacional sigue siendo incierto. La posible recesión en Estados Unidos, el endurecimiento financiero global y los conflictos geopolíticos en Asia y Oriente Medio podrían afectar el comercio, las remesas y el costo de financiamiento externo, especialmente para economías con alto nivel de deuda en dólares.
A nivel país, las perspectivas son dispares. Argentina lidera el ranking con un crecimiento estimado del 4,8 %, debido en parte a un efecto rebote tras la recesión de 2024 y al ajuste fiscal profundo impulsado por el nuevo gobierno. Brasil sigue con un crecimiento estable del 1,9 %, con impulso del consumo y una política monetaria más laxa. Chile y Colombia rondan el 2,3 %, aunque con riesgos ligados a la inversión y la gobernabilidad política. Perú se consolida en la senda de recuperación gracias al rebote minero e institucional, mientras que México muestra una expansión más débil, afectada por la desaceleración de EE. UU. y la cautela empresarial ante el año electoral.
El FMI también destaca los riesgos internos que podrían limitar el crecimiento en 2025. Entre ellos se incluyen la baja inversión pública y privada, la debilidad institucional en algunos países, la elevada informalidad laboral —que ronda el 50 % en promedio regional— y la falta de reformas estructurales que promuevan la productividad y la competitividad. Además, persiste la dependencia excesiva de las materias primas, lo que expone a muchas economías a choques externos imprevisibles.
En este contexto, el organismo multilateral recomienda a los países de América Latina priorizar políticas fiscales responsables pero contracíclicas, enfocadas en infraestructura, educación y digitalización. También subraya la necesidad de reformas del mercado laboral, fortalecimiento de la gobernanza, mejora del clima de negocios y una agenda de transición energética que convierta los recursos naturales en motores sostenibles de desarrollo.
En resumen, 2025 aparece como un año de transición para América Latina: se consolidan ciertos logros macroeconómicos, pero persisten debilidades que limitan la posibilidad de una recuperación vigorosa y duradera. La región tiene ante sí una oportunidad histórica de reinsertarse en el mapa económico global mediante el nearshoring, la energía limpia y la digitalización, pero el aprovechamiento de esa oportunidad dependerá de decisiones políticas firmes, coherencia institucional y una visión de largo plazo. El crecimiento está sobre la mesa, pero convertirlo en desarrollo real requerirá más que viento de cola: demandará liderazgo, reformas y voluntad de transformación.
Desaceleración y Reconfiguración del Comercio Mundial: Oportunidades para las Economías Emergentes
La economía global atraviesa una fase de desaceleración sincronizada y fragmentación estructural del comercio internacional, un fenómeno que marca un giro histórico respecto al orden económico surgido tras la globalización de los años 90 y la consolidación de las cadenas de suministro globalizadas en la década posterior. La pandemia primero, y luego la guerra en Ucrania, los conflictos comerciales entre Estados Unidos y China, y más recientemente las tensiones en el mar Rojo y en el estrecho de Taiwán, han puesto de relieve la vulnerabilidad del modelo actual de comercio transfronterizo, basado en eficiencia y costos bajos, a expensas de la resiliencia y la seguridad estratégica.
Este contexto ha impulsado a gobiernos y empresas a replantear sus estrategias logísticas y comerciales. Conceptos como el "nearshoring", "friend-shoring" o "reshoring" —antes utilizados por analistas— se han vuelto políticas oficiales en muchos países. Estados Unidos, por ejemplo, ha incentivado el regreso de parte de su producción industrial al país o a regiones aliadas como México y Centroamérica. La Unión Europea ha lanzado programas para reducir su dependencia de insumos críticos provenientes de Asia. China, a su vez, refuerza su mercado interno mientras diversifica exportaciones hacia países del Sur Global. En resumen, el comercio mundial ya no está definido por la globalización ilimitada, sino por una lógica de bloques, afinidades políticas y proximidad estratégica.
Esta reconfiguración crea tensiones, pero también oportunidades. Las economías emergentes que logren posicionarse como eslabones confiables en las nuevas cadenas de valor tienen un margen considerable para atraer inversión, generar empleo y aumentar su peso relativo en el sistema comercial internacional. Países como Vietnam, Indonesia, India, Marruecos y México han sido los primeros beneficiarios de esta redistribución. Su ventaja no se limita a los salarios competitivos: cuentan con tratados comerciales estratégicos, mejoras en infraestructura y una creciente capacidad industrial.
América Latina, aunque con menor dinamismo en algunos casos, también empieza a posicionarse. México es quizás el caso más paradigmático, por su cercanía geográfica con Estados Unidos y su participación en el T-MEC, que lo convierte en un socio natural del proceso de nearshoring. Pero otros países como Colombia, Perú y República Dominicana han empezado a atraer inversiones en manufactura, servicios logísticos, tecnología y ensamblaje industrial. El litio, el cobre y otras materias primas críticas de la región también cobran relevancia en la transición energética global, atrayendo a empresas interesadas en asegurar suministros a largo plazo.
La oportunidad, sin embargo, no es automática. Las economías emergentes deberán demostrar capacidad institucional, seguridad jurídica, estabilidad macroeconómica y una visión de largo plazo que combine crecimiento con sostenibilidad. El entorno internacional también presenta riesgos: la ralentización del crecimiento global —prevista en torno al 2,4 % en 2025 según la OCDE— limitará el comercio total, mientras que la imposición de subsidios industriales en las grandes economías puede derivar en un proteccionismo competitivo que perjudique a los exportadores pequeños. Además, la creciente tensión tecnológica entre bloques (especialmente en semiconductores, inteligencia artificial y datos) amenaza con fragmentar el comercio digital, uno de los motores de crecimiento más prometedores para los países en desarrollo.
Frente a este panorama, los organismos multilaterales como la OMC y la UNCTAD insisten en la necesidad de rediseñar las reglas del comercio internacional para que sean más inclusivas y adaptadas a la nueva realidad. Proponen medidas como un marco común para las normas de contenido local, la creación de zonas de manufactura verde con beneficios fiscales y el fortalecimiento de la conectividad digital en los países en desarrollo. También promueven alianzas público-privadas para facilitar el financiamiento de infraestructura logística, energía limpia y digitalización aduanera.
El comercio mundial no se está colapsando, pero sí transformando. La apertura ya no es sinónimo de deslocalización sin freno, sino de cooperación estratégica, resiliencia y competitividad sostenible. Para las economías emergentes, esta transición representa una ventana de oportunidad: integrarse a las nuevas cadenas de valor, no como proveedores marginales, sino como socios estratégicos capaces de ofrecer confiabilidad, eficiencia y visión de futuro. Lograrlo dependerá tanto de su capacidad para atraer inversión como de su compromiso con reformas estructurales que les permitan salir del ciclo de vulnerabilidad y dependencia que históricamente los ha condicionado. En un mundo donde el comercio ya no es plano, sino múltiple, regional y condicionado, el reto será no quedar al margen de las nuevas rutas del crecimiento.
Flujos de Capital Hacia LATAM: ¿Es Ahora el Momento de Apostar por la Región?
América Latina vuelve a posicionarse en el radar de los inversores globales. Tras una década marcada por flujos inconsistentes, episodios de volatilidad política y debilidad estructural en varios países, la región empieza a mostrar señales de mayor atractivo relativo frente a otras geografías. Las condiciones actuales —disinflación en marcha, políticas monetarias más flexibles, y expectativas de crecimiento estables— están impulsando un renovado interés por parte de fondos de inversión, bancos globales y gestores institucionales, que buscan oportunidades fuera del saturado mercado estadounidense y de una Europa atrapada entre bajo crecimiento y alta regulación.
En los últimos informes del FMI y del Banco Mundial, se proyecta un crecimiento regional para 2025 cercano al 2,2 %, con heterogeneidad por país: Argentina lidera con una recuperación estimada del 4,8 % gracias a la estabilización macroeconómica tras años de crisis cambiaria; Brasil mantiene un ritmo moderado del 1,9 %, apoyado por su sector agrícola y un consumo interno resiliente; Chile y Colombia rondan el 2,3 % mientras que Perú acelera con fuerza tras la normalización institucional. México, por su parte, presenta una expansión más débil, entre el 0,2 % y el 1,7 %, condicionada por su fuerte dependencia de la demanda estadounidense y la incertidumbre electoral.
A estos fundamentos se suma una tendencia estructural que juega a favor de la región: el proceso de nearshoring. Empresas globales están trasladando operaciones a países más cercanos a los centros de consumo, en particular hacia México y Centroamérica, para reducir riesgos logísticos y geopolíticos. Este reordenamiento de las cadenas de valor favorece también a países como República Dominicana, Panamá o incluso Paraguay, que han mejorado su marco regulatorio para atraer capital productivo. La instalación de fábricas, centros logísticos y hubs tecnológicos no solo dinamiza el empleo y el comercio, sino que fortalece las cuentas externas de estas economías.
Desde el punto de vista financiero, el atractivo aumenta por el diferencial de tasas. Mientras la Reserva Federal mantiene tipos elevados y el Banco Central Europeo actúa con cautela, varios bancos centrales latinoamericanos —como los de Brasil, Chile y Perú— han iniciado ciclos de relajación monetaria, lo que genera oportunidades en renta fija local y mejora las condiciones de financiación para el sector privado. A ello se suma un tipo de cambio relativamente estable en la mayoría de las monedas regionales, tras años de volatilidad. El real brasileño, el sol peruano y el peso colombiano han mostrado resiliencia, mientras que el peso mexicano se mantiene fuerte pese a la desaceleración del norte.
Sin embargo, no todo es optimismo. Persisten desafíos importantes: la inseguridad jurídica en algunos países, los riesgos políticos ligados a ciclos electorales impredecibles, la alta informalidad laboral y la necesidad urgente de inversión en infraestructura siguen siendo obstáculos estructurales para la consolidación del crecimiento. Además, cualquier deterioro en la demanda china o un shock en los precios de materias primas podría afectar de manera significativa a países altamente dependientes del cobre, el litio o el petróleo.
Pese a ello, los flujos de capital hacia la región se han reactivado con fuerza en el primer semestre de 2025. Según datos de EPFR Global, los fondos de renta variable latinoamericana han captado más de 7.500 millones de dólares netos entre enero y mayo, su mejor inicio de año desde 2010. También se observa un mayor apetito por deuda soberana en moneda local, especialmente en Brasil, donde los bonos a 10 años ofrecen retornos reales positivos superiores al 6 %. La región, por tanto, ofrece una combinación poco común en los mercados actuales: crecimiento moderado pero consistente, tasas reales elevadas y mejoras incipientes en la calidad institucional en varios de sus mercados clave.
Para el inversor global, el momento parece propicio para reconsiderar América Latina no solo como una apuesta táctica, sino como parte de una estrategia diversificada y de largo plazo. A diferencia de ciclos anteriores, el flujo de capital actual no parece puramente especulativo, sino vinculado a fundamentos reales y al reposicionamiento estructural del comercio y la inversión global. Si la región logra mantener la estabilidad macroeconómica y avanzar en reformas estructurales, la narrativa de Latinoamérica como “eterna promesa” podría empezar, al fin, a transformarse en una realidad concreta.
¿Burbuja o Recuperación? Riesgo de Recesión en EE.UU. y Perspectivas del S&P 500
El riesgo de recesión en Estados Unidos vuelve a acaparar la atención de los mercados. Mientras los principales índices bursátiles siguen en zona de máximos históricos, con el S\&P 500 coqueteando con la barrera de los 5.600 puntos, algunos analistas empiezan a advertir que el optimismo actual podría estar descontando un escenario excesivamente benigno. Uno de los más contundentes es Martin Berezin, estratega jefe de BCA Research, quien en su última nota mensual plantea un escenario base que contempla una caída del 25 % en la renta variable estadounidense y una entrada en recesión durante el primer semestre de 2026. Según Berezin, el mercado ha subestimado tanto el impacto retardado de las subidas de tipos como los efectos contractivos del ajuste fiscal y comercial que está en marcha.
Esta visión contrasta con el consenso de Wall Street, que prevé una desaceleración suave y controlada, con un aterrizaje económico que permitiría a la Reserva Federal comenzar a bajar tipos a partir de septiembre sin comprometer el crecimiento. Sin embargo, los últimos datos del consumo privado, la inversión empresarial y el mercado inmobiliario muestran señales de agotamiento: las ventas minoristas se han estancado en términos reales, las solicitudes de hipotecas han vuelto a niveles de 2020 y el gasto en bienes de capital se desacelera mes a mes.
Berezin señala tres focos de vulnerabilidad estructural. Primero, el elevado nivel de endeudamiento corporativo y público, que limita la capacidad de reacción ante un choque. Segundo, la pérdida de dinamismo en la productividad, que reduce el margen de expansión sin presiones inflacionarias. Y tercero, la incertidumbre regulatoria y fiscal en un año electoral marcado por propuestas de reversión de recortes fiscales, aumento de aranceles y posible congelación de gasto federal. Estos factores, combinados con una inflación que, si bien ha bajado, se mantiene por encima del objetivo del 2 %, podrían dejar a la Fed en una posición incómoda: incapaz de estimular con fuerza sin reavivar presiones sobre los precios.
El mercado laboral, por ahora, sigue sólido, pero con señales mixtas. Aunque la tasa de desempleo se mantiene por debajo del 4 %, las horas trabajadas han disminuido ligeramente y la creación de empleo en el sector privado se concentra en ocupaciones de baja productividad. Al mismo tiempo, el salario medio por hora se desacelera, lo que podría afectar el consumo en la segunda mitad del año. En este contexto, algunos indicadores adelantados —como el índice de sorpresas económicas de Citi, que ha entrado en territorio negativo— sugieren que los datos macroeconómicos podrían empezar a decepcionar.
El componente más frágil, sin embargo, es el sentimiento inversor. El rally en torno a la inteligencia artificial y las tecnológicas ha elevado las valoraciones a niveles extremos, con el Nasdaq cotizando a más de 30 veces beneficios y varios de los llamados "Magnificent Seven" superando ratios de precio/ventas históricamente insostenibles. Si la narrativa de crecimiento empieza a erosionarse, la corrección podría ser rápida y violenta.
Berezin estima que una caída del 25 % en el S\&P 500 no solo es plausible sino estadísticamente coherente con los ciclos de recesión moderada de los últimos 40 años. Incluso si no se materializa una contracción formal del PIB, una desaceleración sincronizada con tensiones fiscales, menor inversión empresarial y una política monetaria menos expansiva podría provocar una revaluación brusca de los activos. La historia reciente ofrece ejemplos: en 2000 y 2018, episodios de sobrevaloración tecnológica y endurecimiento monetario culminaron en caídas de entre el 20 % y el 35 %, incluso sin recesiones profundas.
No todos comparten ese pesimismo. Desde JP Morgan y Morgan Stanley, se argumenta que la robustez del consumo, la capacidad de adaptación del sector empresarial y la solidez del sector tecnológico seguirán sosteniendo el ciclo expansivo al menos hasta mediados de 2026. Pero incluso estos bancos reconocen que el margen de maniobra se ha estrechado y que cualquier sorpresa negativa —en inflación, empleo o comercio internacional— podría actuar como catalizador de una corrección.
Para los inversores globales, el dilema es claro: ¿seguir apostando por el motor estadounidense pese a los riesgos macro, o comenzar a rotar hacia mercados con valoraciones más contenidas y menor exposición a las decisiones de la Reserva Federal? La historia sugiere que ignorar las advertencias de los ciclos puede salir caro. Si el escenario de Berezin se confirma, el ajuste no solo será financiero: marcará el fin de una era de complacencia monetaria y exigirá una nueva arquitectura de riesgo en las carteras globales.
Sentimiento de los Gestores Globales Recupera Niveles Previos al Shock Arancelario
El ánimo de los grandes gestores de fondos vuelve a respirar. Casi dos años después de la llamada “Liberation Day”, cuando el anuncio de nuevos aranceles por parte de Washington desencadenó la última oleada de aversión al riesgo, la encuesta de junio de Bank of America muestra que el indicador Bull & Bear repunta a 5,4, su nivel más alto en tres meses y prácticamente calcado al registrado antes del shock arancelario de abril de 2025. Lo hace tras saltar desde el 2,5 de mayo y pone fin a una secuencia de pesimismo que había llevado a los gestores a la mayor posición defensiva desde la pandemia. ([linkedin.com][1], [www2.trustnet.com][2])
El cambio de tono obedece, sobre todo, a la percepción de que el riesgo de recesión mundial se diluye. En abril un 82 % de los encuestados esperaba una contracción económica; en junio esa cifra cae al 46 % y, por primera vez desde 2024, el escenario de “aterrizaje suave” obtiene el respaldo de dos tercios de los participantes. A la vez, la proporción que anticipa una “aterrizaje duro” se reduce al 13 %. La mejora viene acompañada de la mayor caída en las expectativas de inflación desde 2022: solo un 13 % prevé ahora precios al alza, frente al 57 % de abril. ([linkedin.com][3])
Ese optimismo se refleja en las carteras. Los gestores han reducido su sobre-ponderación en liquidez del 26 % al 16 % y han recortado la infraponderación en renta variable global del 13 % al 2 %. El apetito se concentra, además, en regiones que llevaban años relegadas: la posición neta en mercados emergentes alcanza un 28 % sobre-ponderado, la más alta desde agosto de 2023, mientras que la eurozona consolida una sobre-ponderación del 34 %. En sentido contrario, Estados Unidos sigue en la parte baja de las preferencias, con una infraponderación del 36 % que apenas varía respecto a meses anteriores y confirma la erosión del relato de “excepcionalismo” estadounidense. ([linkedin.com][3], [ai-cio.com][4])
La rotación geográfica va de la mano de un posicionamiento extremo contra el dólar: el mayor infrapeso a la divisa en dos décadas —un 31 % neto de gestores— que convierte al “long dólar” en la “pain trade” del verano, según la propia encuesta. Detrás está la expectativa de que la Reserva Federal inicie un ciclo de relajación monetaria antes de lo previsto y la percepción de que los déficits gemelos de EE. UU. limitarán el margen de apreciación de la moneda. ([trustnet.com][5])
No todo es complacencia. Aunque la preocupación por una recesión inducida por la guerra comercial desciende del 80 % de abril al 47 % de junio, sigue siendo el principal “tail risk” citado, muy por delante del temor a nuevas subidas de tipos motivadas por una inflación pegajosa (17 %) o a un episodio de estrés crediticio por repunte de las rentabilidades de los bonos (16 %). Los gestores recuerdan que cualquier escalada arancelaria adicional o un recrudecimiento de las tensiones en Oriente Medio puede quebrar rápidamente la renovada confianza. ([trustnet.com][5])
La recomposición de carteras también refleja un giro temático: se mantiene como operación más concurrida el “long oro”, pero pierde tracción el posicionamiento en los “Magnificent Seven” tecnológicos, ahora citado por solo un 23 % de los encuestados. El foco se desplaza hacia bancos europeos, empresas ligadas a la defensa y sectores energéticos selectivos, apoyo implícito a la tesis de un nuevo ciclo de inversión pública y corporativa fuera de EE. UU. ([trustnet.com][5])
En cuanto a perspectivas a cinco años, el 54 % de los participantes confía en que las acciones internacionales serán el activo con mejor desempeño, frente a un 23 % que sigue apostando por la bolsa estadounidense y un 13 % que prefiere el oro como refugio estructural. Esa divergencia es inédita desde la gran rotación de 2017-2018 y se cimenta en la valoración relativa: la prima de riesgo del S\&P 500 ronda mínimos de ciclo, mientras que Europa, Japón y emergentes cotizan con descuentos históricos sobre sus medias de diez años. ([ai-cio.com][4])
El desplazamiento de flujos llega en un momento delicado. Analistas de Wells Fargo y Goldman Sachs advierten de que la relación rentabilidad-riesgo de la renta variable estadounidense es la menos atractiva desde 2021 debido a la combinación de beneficios en desaceleración, múltiplos exigentes y tensiones geopolíticas latentes. El mercado, añaden, descuenta un aterrizaje suave casi perfecto que deja poco colchón si el petróleo se mantiene caro o si la expiración de las moratorias arancelarias en julio-agosto reaviva la batalla comercial con Pekín. ([marketwatch.com][6])
Este resurgir del optimismo, por tanto, corre en paralelo a la sombra de la “estanflación” que mencionan tres cuartas partes de los gestores, pese a que la proporción haya bajado frente al mes pasado. El recuerdo de los años setenta imprime cautela: el binomio de bajo crecimiento y alta inflación penaliza los activos de riesgo y erosiona el poder de compra. Sectores defensivos como utilities, salud o consumo básico han mostrado capacidad de preservación en escenarios similares, mientras la tecnología, más sensible a tipos, podría sufrir compresión de múltiplos si las expectativas se enfrían. ([trustnet.com][7])
Con todo, el regreso a los niveles de sentimiento previos al shock arancelario constituye una señal de que los gestores, lejos de abrazar la euforia, creen haber superado el peor tramo del ciclo de endurecimiento monetario. Las cifras de empleo en EE. UU. mantienen solidez relativa, la inflación global lleva cuatro meses seguidos a la baja y los bancos centrales de América Latina ya han iniciado recortes de tipos, generando oportunidades de carry en bonos locales. Si las tensiones comerciales continúan moderándose y la cadena de suministros global se reconfigura mediante procesos de nearshoring, la rotación hacia emergentes podría consolidarse en el segundo semestre. ([linkedin.com][3], [ai-cio.com][4])
Para los inversores particulares el mensaje es doble: por un lado, la ventana de oportunidad para diversificar fuera de EE. UU. se ensancha gracias a valoraciones más atractivas y a la recuperación del ciclo industrial en Europa y Asia; por otro, la dispersión de expectativas exige gestión activa y prudencia táctica. Mantener liquidez táctica nunca está de más cuando el principal riesgo sigue siendo un giro brusco de la narrativa comercial. Mientras tanto, el sentimiento mejorado de los gestores sugiere que, pese a las turbulencias potenciales, el mercado ha entrado en una fase de reconstrucción del apetito por el riesgo que conviene vigilar, aprovechar y, sobre todo, no dar por sentada.
[1]: https://www.linkedin.com/pulse/june-2025-bank-america-global-fund-manager-survey-igor-rotor-cfa-33ygf?utm_source=chatgpt.com "June 2025 Bank of America Global Fund Manager Survey - LinkedIn"
[2]: https://www2.trustnet.com/News/13450837/fund-manager-sentiment-rallies-but-dollar-emerges-as-biggest-summer-pain-trade/?utm_source=chatgpt.com "Fund manager sentiment rallies but dollar emerges as 'biggest ..."
[3]: https://www.linkedin.com/pulse/june-2025-bank-america-global-fund-manager-survey-igor-rotor-cfa-33ygf "June 2025 Bank of America Global Fund Manager Survey"
[4]: https://www.ai-cio.com/news/asset-managers-see-global-equities-as-best-short-term-asset/ "
Asset Managers See Global Equities as Best Short-Term Asset | Chief Investment Officer "
[5]: https://www.trustnet.com/news/13450837/fund-manager-sentiment-rallies-but-dollar-emerges-as-biggest-summer-pain-trade "Fund manager sentiment rallies but dollar emerges as ‘biggest summer pain trade’ | Trustnet"
[6]: https://www.marketwatch.com/story/s-p-500-is-up-in-june-but-are-stocks-worth-the-risk-amid-iran-attacks-and-tariff-fears-4008325d?utm_source=chatgpt.com "S&P 500 may be up in June, but Iran attacks and tariff fears are good reasons to rethink risk"
[7]: https://www.trustnet.com/news/13451241/fund/sectors "How investors can protect portfolios from ‘the spectre of stagflation’ | Trustnet"
Tendencias de Nearshoring: Impacto sobre el PIB y los Mercados Regionales
América Latina se encamina hacia un 2025 de crecimiento moderado, con mejoras parciales en la estabilidad macroeconómica pero aún enfrentando desafíos estructurales significativos. El último informe de Perspectivas Económicas del Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta una expansión regional del 2,2 %, una tasa que supera ligeramente el promedio de los últimos cinco años, pero que sigue estando por debajo de lo necesario para impulsar mejoras sociales sostenidas en una región marcada por la desigualdad, la informalidad y la baja productividad.
Los factores que sustentan esta modesta recuperación son múltiples. En primer lugar, la inflación —que alcanzó picos del 10 % en varias economías tras la pandemia y la crisis energética— ha mostrado signos consistentes de desaceleración. Países como Brasil, Chile y Perú han logrado controlar las presiones inflacionarias gracias a políticas monetarias firmes que ahora comienzan a flexibilizarse. Esto ha permitido a los bancos centrales iniciar ciclos de baja de tasas que favorecen el crédito y el consumo. La estabilidad cambiaria también ha ayudado, con monedas que en general se han fortalecido o estabilizado frente al dólar, tras años de depreciación.
Además, la mejora de los términos de intercambio en algunos sectores clave —como el litio, el cobre y ciertos productos agrícolas— ha reforzado las cuentas externas de varios países, especialmente en el Cono Sur. Al mismo tiempo, la inversión extranjera directa ha empezado a reactivarse en sectores específicos como infraestructura, energías renovables y servicios digitales, especialmente en Brasil, México y Colombia.
Sin embargo, el FMI advierte que este escenario positivo es frágil. Por un lado, el crecimiento proyectado es claramente insuficiente para cerrar brechas sociales: se estima que la región necesitaría crecer a tasas superiores al 4 % sostenidas durante al menos una década para reducir significativamente la pobreza estructural y el desempleo informal. Por otro lado, el entorno internacional sigue siendo incierto. La posible recesión en Estados Unidos, el endurecimiento financiero global y los conflictos geopolíticos en Asia y Oriente Medio podrían afectar el comercio, las remesas y el costo de financiamiento externo, especialmente para economías con alto nivel de deuda en dólares.
A nivel país, las perspectivas son dispares. Argentina lidera el ranking con un crecimiento estimado del 4,8 %, debido en parte a un efecto rebote tras la recesión de 2024 y al ajuste fiscal profundo impulsado por el nuevo gobierno. Brasil sigue con un crecimiento estable del 1,9 %, con impulso del consumo y una política monetaria más laxa. Chile y Colombia rondan el 2,3 %, aunque con riesgos ligados a la inversión y la gobernabilidad política. Perú se consolida en la senda de recuperación gracias al rebote minero e institucional, mientras que México muestra una expansión más débil, afectada por la desaceleración de EE. UU. y la cautela empresarial ante el año electoral.
El FMI también destaca los riesgos internos que podrían limitar el crecimiento en 2025. Entre ellos se incluyen la baja inversión pública y privada, la debilidad institucional en algunos países, la elevada informalidad laboral —que ronda el 50 % en promedio regional— y la falta de reformas estructurales que promuevan la productividad y la competitividad. Además, persiste la dependencia excesiva de las materias primas, lo que expone a muchas economías a choques externos imprevisibles.
En este contexto, el organismo multilateral recomienda a los países de América Latina priorizar políticas fiscales responsables pero contracíclicas, enfocadas en infraestructura, educación y digitalización. También subraya la necesidad de reformas del mercado laboral, fortalecimiento de la gobernanza, mejora del clima de negocios y una agenda de transición energética que convierta los recursos naturales en motores sostenibles de desarrollo.
En resumen, 2025 aparece como un año de transición para América Latina: se consolidan ciertos logros macroeconómicos, pero persisten debilidades que limitan la posibilidad de una recuperación vigorosa y duradera. La región tiene ante sí una oportunidad histórica de reinsertarse en el mapa económico global mediante el nearshoring, la energía limpia y la digitalización, pero el aprovechamiento de esa oportunidad dependerá de decisiones políticas firmes, coherencia institucional y una visión de largo plazo. El crecimiento está sobre la mesa, pero convertirlo en desarrollo real requerirá más que viento de cola: demandará liderazgo, reformas y voluntad de transformación.